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22 de marzo de 2011

Franz Kafka / Cuadernos en Octava (Fragmento)

Una soleada franja de felicidad.

Debilidad de la memoria respecto de los detalles y la estructura del propio concepto del mundo: pésima señal. Solamente fragmentos de un todo. ¿Cómo quieres siquiera rozar tu deber supremo, cómo quieres siquiera intuir la proximidad, siquiera soñar la existencia, siquiera invocar el sueño, siquiera aprender las letras que componen la invocación, si no estás en condiciones de concentrarte hasta el punto que, cuando sea el momento decisivo, puedas apretar tu todo en la mano como se aprieta una piedra para arrojarla, un cuchillo para matar?
Por otra parte: no hace falta escupirse en las manos antes de unirlas en plegaria.

Nosotros, vistos con nuestros ojos sucios de la tierra, nos encontramos en la situación de un grupo de viajeros de ferrocarril que han sufrido una accidente en un túnel, precisamente en un punto donde no se ve ya la luz de la entrada, y en cuanto a la de la salida, parece tan minúscula que la vista ha de buscarla continuamente y perderla continuamente, mientras no se tiene siquiera la seguridad de si se trata del principio o del fin del túnel. Entre tanto, en torno de nosotros, en el desorden de nuestros sentidos o en su hipersensibilidad, se da una multitud de monstruos y una especie de juego caleidoscópico fascinante o fatigante, según el humor y las heridas de cada uno.

¿Qué debo hacer?, o bien: ¿por qué debo hacerlo?, no son preguntas que se mediten allí dentro.

Muchas sombras de difuntos no hacen más que lamer las ondas del río de los muertos, porque llega de nuestro mundo y conserva el gusto salobre de nuestros mares. Entonces, el río, detenido por el asco, se pone a correr hacia atrás y empuja a los muertos de vuelta a la vida. Pero ellos están felices, cantan himnos de agradecimiento y acarician las aguas transtornadas.
A partir de cierto punto, en adelante no hay regreso. Es el punto que hay que alcanzar.

El momento decisivo de la evolución humana está siempre en el transcurso. Por eso tienen razón aquellos movimientos espirituales revolucionarios que declaran insignificante todo lo anterior, ya que, efectivamente, no ha sucedido nada todavía.

La historia de los hombres es un instante entre dos pasos de un caminante.

Desde afuera será siempre fácil derrumbar el mundo con una teoría y precipitarse inmediatamente en la misma fosa, pero sólo desde dentro se podrá conservar el mundo y a sí mismo en silencio y verdad.

El enmudecer y desaparecer de las voces del mundo.

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